Cascada Escondida.

El sonido del agua corriente me despertó. Abrí los ojos con lentitud, preguntándome dónde me encontraría. Me dolía la cabeza, y me costaba recordar las cosas. Así que me quedé allí. La temperatura del ambiente era apetecible, y el sonido de lo que parecía una cascada me relajaba.

Pasaron los segundos, y fui recordando todo poco a poco. Había hablado con la Diosa y ella me había dicho que sería una Ninfa. Sonreí, casi sin darme cuenta, y me envaré. Miré mis manos, y noté que tenía los dedos largos y muy finos. Miré mi cabello; estaba larguísimo y de un color rojo oscuro. Luego, miré a mi alrededor.

No conocía el lugar, pero me pareció bastante hermoso e inusual. Una cascada que bajaba desde lo alto, y chocaba contra el suelo de lo que parecía una cueva. Estaba dentro de una cueva, con una cascada de caía dentro.

Pasados los segundos de contemplar tal espectáculo, decidí que debería intentar salir a la superficie. Pero, ¿cómo?

Aterricé de rodillas en una alfombra de colores, de texturas... de hojas. Miré a mi alrededor y vi una cascada. Era preciosa. Olía a libertar y a paz. Estaba donde quería estar, el mejor lugar para mí.
De repente, me vino a la mete como rayos lo que había sucedido. Una elfa. Estaba orgullosa y agradecida de ello.
Me acerqué al agua para reflejarme en ella. Tenía el pelo largo, ondulado y rubio. Con mechas plateadas. Ojos color avellana. Era hermosa.

Alo lejos pude divisar a otra criatura. Por su aspecto parecía una ninfa. Hola. Saludé alegremente. Puedo ayudarte? Pregunté al verla algo desorientada. Aunque yo también tendría que tener la misma cara pues estaba en un sitio que no conocía de nada.

Di un respingo cuando noté que también había otra persona ahí. Le miré con curiosidad. Su aspecto se me hacía interesante, pues su color de cabello era bastante inusual. Debía de ser una Elfa. Le sonreí a medias cuando me habló.

—Eh, sí, hola —mascullé, levantándome y sacudiéndome las hojas que se habían enredado con mis cabellos—. No, gracias, estoy bien —le di una sonrisa fugaz, mientras trataba de orientarme. Coloqué ambos brazos sobre mis caderas, y observé el gran agujero que seguramente llevaría a la superficie. Examiné las paredes, en busca de alguna raíz o algo para poder trepar y salir.

Me giré hacia la chica.

—¿Tienes idea de cómo salir? —le pregunté, acercándome—. Oh, por cierto, soy Scarlett.

Sonreí amistosamente. Arween. Pero puedes llamarme Arw. Volví a sonreír.
Me quedé unos segundos en silencio pensando en una salida. Observe todo lo que había a nuestro alrededor, intentando descubrir alguna manera. En el otro lado divise unas pequeñas escaleras hechas de raíces e integradas en la tierra. Eran casi inadvertirdas. Allí. Señalé la dirección contraria con uno de mis largos y finos dedos. Me dirigí hacia la escalera. Tu primera. Ofrecí amablemente.

Estaba desorientada y en el fondo algo asustada. Pero estaba en el Bosque y sabía que aquí estaría segura, a pesar de que el sol ya se estaba poniendo y la Madre Luna empezaba a hacer su presencia.

El nombre de la joven me pareció algo extraño, pero me encogí de hombros. Sonreí cuando encontró una forma de salir. Me acerqué rápidamente hasta allí, pero me paré en seco cuando noté que era mucho más ágil de lo normal. Caminé nuevamente, aún sorprendida.

No es como si me molestase.

Tanteé con uno de mis pies las escaleras. Si bien estaban hechas de raíces, parecían fuertes y seguras. Claro, ¿cómo no iban a serlo? El bosque ahora era mi hogar, estaría segura aquí, sin importar con cuántos peligros podrían encontrarme.

Subí ágilmente las escaleras, paso por paso midiendo el peligro que podría haber cerca. Una vez pude sacar la cabeza al exterior y el sol me encandiló, le hice una seña a Arween para avisarle que podía subir. De un salto, salí completamente al exterior.

Una vez Scarlett arriba, subí rápidamente hasta llegar a la superficie.
Una vez arriba, el sol del anochecer me cegó. Entrecerré los ojos y una vez adaptados a la luz los abrí levemente. Empecé a observar asombrada mi entorno. Era muchisimo mejor de lo que me esperaba. Era precioso. Cerré los ojos e inspiré fuertemente. Es el paraíso. Susurre suavemente.
Volví a abrirlos y esta vez me fije en los detalles. Pájaros, ardillas... Un sinfín de diferentes tonos de verde y naranjas. Era todo precioso.

Observé cómo Arween salía del hoyo, y sonreí ante sus palabras. Sí, el lugar era realmente hermoso. La libertad podía olerse en el aire, los ruidos de los animales silvestres acariciaban mis oídos gentilmente. Suspiré, y estuve un buen rato con los ojos cerrados, disfrutando de esa paz.

Finalmente, me levanté.

—Arween, fue un placer conocerte —dije, sinceramente—. Pero ahora debo seguir viaje. Conocer las tierras. No puedo quedarme en un solo lugar —sonreí, y me erguí.

Segundos luego, estaba corriendo a toda velocidad por entre los árboles, rumbo a un nuevo destino desconocido.

Sonreí cálidamente ante las palabras de Scarlett. Comprendo. Que tengas buen viaje, Scarlett. Dicho esto la observe marcharse. Y tras eso comencé yo también mi viaje. Tenía que conocer mi Reino, adaptarme a él.